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LA GATA Escribo en un amplio escritorio blanco. Cleopatra deambula sobre éste. Elude ágilmente todas las cosas que tengo allí. Recuerdos, talismanes, fotografías, cosas. Me acompaña mientras escribo. A veces saco la mirada de la pantalla y la pongo en los ojos de Cleopatra. Ella tuerce la cabeza. Me gana el juego del serio. Termino por acariciarla. Incitarla a jugar con algo, o volver mi mirada al monitor. Olfatea los objetos de mi escritorio blanco, como si cada día les encontrara un olor nuevo. Investiga lo que ya conoce como si hubiera en esas cosas cambios imperceptibles para mí. No la dejo caminar sobre el teclado. Eso es lo único que tiene prohibido, porque con sus patas grises escribe cosas. Esta tarde, cuando fui al baño y volví, vi que había escrito algo. “Miau”. Me sorprendió la coin- cidencia. La levanté agarrándola desde las patas delanteras, con su pequeña cadera colgando. Le gol- peé el entrecejo. Como a una niña, le dije que ya le había dicho mil veces que no caminara sobre el teclado, que por qué no me hacía caso. Inclinó la cabeza a un lado. La solté bruscamente. Se alejó corriendo, la perdí de vista. Pocos minutos después volvió al escritorio. La dejé. Se sentó sobre la cuadernola. Es un buen lugar. Allí no me molesta. Sin ningún otro juego previo, con toda intención, volvió a caminar sobre el teclado. sus dedos con suavidad sobre los míos, luego se jun- taron las cuarto palmas. Continuó el recorrido hasta el antebrazo. Me sentí muy bien. Me pareció que algo muy especial estaba ocurriendo. El examen continuó. Deslizó suavemente sus manos en mi cuello, buscando algo que no encontró. Finalmente llegó el momento en que me pidió que, con mis propias manos, le mostrara la salida del líquido. Me gustó que eso no lo hiciera con las suyas. Volví a casa pensando que podía vender mi propia leche, aunque la Dra. Pena me dijo que evitara suc- cionarme. Pero después pensé que, si lo había dicho para ayudarme a dejar de tener leche, no tenía por qué hacerle caso. Me gusta tener leche, ahora que sé que no estoy enferma. Puedo poner un negocio de venta de leche materna auténtica, pura y natural para todas las madres que no consiguen amamantar a sus hijos por uno u otro motivo. Puedo hacer una página web para ofrecerla, www.lechematerna.com.uy. No me decidí. Seguro no soy la primera que se le ocurrió y el mercado ya está saturado de de leche materna auténtica. Las cosas siempre funcionan así. 105 104
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