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que Dios obra de formas muy extrañas y que lo único que podían hacer era confiar en Él, recordando el mensaje que recién habían escuchado, guardando esas palabras en sus corazones. Algunos meses después de tan extraño acontecimiento, en el pequeño convento español comenzaron a recibir noticias de un nuevo avivamiento de la fe dentro de la Iglesia. Hombres, mujeres y niños en todo el mundo se acercaban a los templos buscando de la Gracia y la Misericordia del Señor. Cuando Sor Inés escuchó estas buenas nuevas quiso saber cuál podría haber sido la causa de tan pronta mejoría, teniendo en su mente el recuerdo del milagro sucedido tiempo atrás en su convento, por lo que escribió una carta a una religiosa que conocía desde que ambas eran novicias y que ahora residía en el Vaticano. La abadesa sabía que su vieja amiga tenía acceso a todo tipo de información importante, por lo que esperó con ansias su respuesta. Cuando esta llegó por correo unos pocos días después, la guardó en su bolsillo y se apresuró a ir a su cuarto para que nadie la molestara, tras lo cual abrió el sobre y leyó vorazmente el contenido de la carta. Cuando terminó de leerla estaba completamente maravillada. En ella su amiga le decía que el origen del avivamiento ocurrió en siete Iglesias a la vez y que de allí se expandió por el resto del mundo. Que estos templos eran la Iglesia Católica de Xizhimen en Beijing, China; la Iglesia de San José en Alabama, EE.UU.; la Catedral de Santa Florentina en Campana, Argentina; la catedral de Notre Damme en París, Francia; la Catedral de San Patricio en Blacktown, Australia; la Catedral de la Inmaculada Concepción en Moscú, Rusia; y la Parroquia del Sagrado Corazón en Alejandría, Egipto. En todos ocurrió lo mismo: una extraña religiosa, anciana, con hábitos negros, en apariencia antiguos pero en buen estado, apareció flotando sobre una silla de madera. Los testigos dijeron que la religiosa venía del cielo y se detenía a dos metros del suelo, allí donde encontraba a alguien perteneciente a la orden de la iglesia que podría escucharla. Algunas de ellas hablaron en los patios anexos a los edificios religiosos y otras entraron hasta la nave principal del templo. Sus mensajes fueron el mismo para las diferentes personas con las que hablaron. Dijeron que era urgente renovar la alabanza a Dios dentro de la Iglesia, dándoles mayor participación a los jóvenes, permitiéndoles incorporar sus frescas ideas a la liturgia, y que también era necesario salir a las calles a compartir el amor del Señor por medio de buenas obras, no sólo de palabras. Cuando terminaban de dar su mensaje, simplemente se iban sin decir nada más, con la misma calma con la habían permanecido en todo momento. Los que vieron este milagro y escucharon sus palabras, excitados ante tal visión, pronto se pusieron a obrar, emprendiendo cada comunidad religiosa diferentes actividades dependiendo de las necesidades de quienes estaban alrededor de ellos. Este renuevo en la fe de unos pocos se contagió a muchos, que lo compartieron con más y más personas a medida que pasaba el tiempo, extendiéndose así el avivamiento alrededor del mundo. Lo que nadie sabía era la identidad de las religiosas, hasta el momento era un misterio el lugar de dónde vinieron y adónde se dirigieron después. Algunos identificaron el hábito de las ancianas relacionándolo con una comunidad que hace siglos había estado activa en un pueblo de Italia, pero como la misma hace más de ciento cincuenta años que se había disuelto, esta hipótesis fue descartada por completo. La amiga de Sor Inés terminaba la carta diciéndole que si se enteraba de algo más se lo contaría prontamente. Pero la abadesa ya no necesitaba este favor, ella en su corazón tenía la respuesta ante este misterio, por lo que luego de guardar el sobre con su precioso contenido en el cajón de su escritorio, se acercó a la ventana y, con una sonrisa satisfecha, miró hacia el cielo, que parecía devolverle el feliz gesto. Romina Chaperon
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