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Padre nuestro Padre nuestro, que estás en el cielo, santicado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén sgundo momnto: la roca d la Gruta Antes de hacer la señal de la cruz, hemos recordado que la fe es un don de Dios recibido como germen en nuestro bautis- mo, para que podamos acogerlo, vivirlo y, de esa manera, dejarlo crecer hacién- donos crecer a nosotros. Después de la señal de la cruz, el primer gesto de la peregrinación que nos permi- te entrar de nuevo por la puerta de la fe, es el paso por la gruta. Vemos la gran procesión de Lourdes for- mada por una multitud de peregrinos que avanza lentamente antes de entrar en la gruta. Esta vivencia eminentemente personal es, al mismo tiempo, colectiva. Así es la fe, mi propia fe que participa de la fe de la Iglesia y que está llamada a ser vivida con los demás, como Iglesia. En la gruta, en un cierto momento, casi todos extienden la mano para tocar la roca. No se trata de un gesto mágico. No. Es un gesto de humildad. Pero de mi actitud depende que ese sencillo gesto sea para mí una puerta de la fe, es decir, una puerta por la que puedo entrar pues ha sido abierta para mí. Para eso hace falta y es bastante, realizar ese gesto como ora- ción, es decir, expresando a Dios lo que él representa para mí. Jesús dice en el Evangelio: « El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edicó su casa sobe roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hun- dió, porque estaba cimentada sobre roca.» (Mt 7, 24-25) Oración «Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte” (Sal 18 (17),3) En ti, Roca mía, me apoyo. Sobre ti, Roca mía, construyo mi vida. Si tal es nuestro gesto, es que está moti- vado por la conanza y la expresa. Aho- ra bien, la conanza es ciertamente uno de los componentes de la fe. Tener fe, creer, es dar crédito, dar conanza, tener conanza. Así pues, cuando maniesto mi conanza en Dios, signica que estoy ya en el cam- po de la fe. Tener conanza en Dios me hace pues entrar por la puerta de la fe. Una maestra declara: “Durante el recreo, un muchacho no dejó de molestar a dos chicas. Cansada, una de ellas se dirigió a él previ- niéndole: “Ya le diré a mi hermano mayor que tú nos molestas constantemente”. Esta expresión produjo su efecto pues el muchacho se marchó enseguida. La chica se dirigió des- pués a su compañera: ¡Oye! ¿Vas a decirle a tu mamá que éste nos está molestando?” “No, respondió ella, acabo de decírselo a Jesús”. En Lourdes, tocamos la Roca. Fuera de Lourdes, haciendo gestos concretos que maniestan que en el momento presente optamos por Dios, es como expresamos nuestra conanza en Dios y que, por con- siguiente, entramos por la puerta de la fe. Para profundizar en este segundo momento: • Durante nuestra peregrinación en Lour- des, podremos leer la Palabra de Dios y meditarla. Puede ser un sencillo pasaje del Evangelio, pero tenemos que leerlo varias veces, atentamente y dejando a la Palabra encontrar su sitio en nuestro corazón. • De regreso a nuestra casa, podremos aprovechar todas las ocasiones que se nos presenten para optar por Dios y así conar concretamente en Él, dejando que el Se- ñor actúe con nosotros y actuar nosotros con él. Seguiremos leyendo el Evangelio. • Podremos también comenzar a leer lo que el Catecismo de la Iglesia Católica es- cribe a propósito de la fe. Acto de Fe Dios mío, creo rmemente todas las verda- des que nos has revelado y enseñado por medio de la Iglesia porque no puedes ni engañarte ni engañarnos. Trcr momnto: el agua d la funt Como expresión de nuestro bautismo, la señal de la cruz nos es dada para abrirnos de manera permanente la puerta de la fe. Expresar nuestra conanza en Dios, como podemos hacerlo tocando la roca de la gruta, nos hace entrar por la puerta de la fe. Pero haciéndose así más efectiva, nues- tra relación con Dios saca enseguida a la luz nuestra relación con los demás como nuestro propio comportamiento en pensa- mientos, palabras y obras. En Lourdes María dijo a Bernardita: « Rece a Dios por la conversión de los pecadores. Penitencia. Penitencia. Penitencia. Vaya a beber y a lavarse en la fuente. » Bernardita pone en práctica enseguida es- tas palabras. Para eso, se pone de rodillas al fondo de la gruta, escarba en el suelo, saca barro con el que se ensucia la cara, encuentra agua turbia que trata de beber. Finalmente encuentra agua clara que bebe y con la que se lava. Con estos gestos concretos, Bernardita representa la realidad de la condición hu- mana y de nuestra propia existencia. Por el pecado (es decir por el rechazo de Dios que me separa de Él) pierdo mi imagen y mi semejanza de Dios. Esto es lo que sig- nica el barro en la cara de Bernardita. Dejando que el agua brotada del costado traspasado de Cristo en la cruz me puri- que, me convierto en una nueva criatura. Es lo que realiza el agua del bautismo y cada encuentro con Jesús. Entre el pecado y la vida nueva está la conversión que es siempre abandono de mi camino, separa- ción de mi error, para volver a Dios. Esta es la puerta de la fe que encuentro abierta en cada una de mis conversiones. Jesús no condena a nadie. Ama a todos y deja que veamos nosotros mismos nues- tro pecado, es decir, la ausencia de amor en nuestras vidas. En esta relación, como respuesta al amor con que Jesús nos ama, podemos nosotros arrepentirnos y recibir el perdón que el Señor nos da. Cuando Pedro había negado a Jesús por ter- cera vez, cantó un gallo y Jesús, volviéndo- se, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de las palabras que el Señor le había dicho: “Antes de que cante hoy el gallo me negarás tres veces”. Y, saliendo afuera, lloró amargamente. (Lc 22, 61-62) 2
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