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jarra tras otra, hasta caer borracho y quedar dormido como un ceporro. Aprovechando el sueño profundo del Cíclope, Ulises tomó una larga estaca de madera y hundió su extremo en el fuego. Cuando la punta estuvo al rojo vivo, la clavó en el ojo del gigante borracho, que bramó de dolor. Los gritos de rabia eran tan fuertes y agudos, que todos los Cíclopes del lugar corrieron a ver qué ocurría, mientras Ulises y sus compañeros huían hacia la nave, que los esperaba meciéndose al vaivén de las olas, a orillas del mar. —Qué te pasa amigo? —le preguntaron los gigantes al herido, que se había quedado ciego. —¡Nadie me hirió! —gritó Polifemo, indignado. —¿Quién? —¡Nadie! —Si nadie te hirió, debe de ser un castigo de los dioses —le hicieron observar sus amigos, retirándose cada cual a su trabajo y dejándolo solo. Así quedó ciego y engañado Polifemo, víctima del astuto Ulises, a quien él había querido devorar. La próxima parada de Ulises fue en la isla de Eolo, el rey de los vientos. Éste, a diferencia del Cíclope, era amable y gentil con las visitas. A los viajeros los convidó con ricos alimentos y los abrigó con buenas ropas, y les preparó también mullidas camas para dormir por la noche. También les hizo una pequeña fiesta en su honor. Al día siguiente, en el momento de despedirse, hizo dos cosas. Primero le entregó a Ulises una bolsa que contenía todos los vientos malos. Después, los saludó varias veces con la mano, ordenando al mismo tiempo a los vientos buenos que empujaran la embarcación y la orientaran bien, por la buena ruta. Ulises vigilaba atentamente el desarrollo del viaje. Pero, como estaba muy cansado, se durmió, después de apoyar la cabeza en los brazos. Mientras él dormía, sus compañeros, creyendo que en la bolsa que le había dado Eolo había mucho oro, la abrieron para repartírselo. Y lo único que consiguieron fue que los vientos malos levantasen las olas y desviaran la nave de la verdadera ruta, llevándosela quien sabía adónde. Eolo, al ver aquello, se enojó muchísimo y no quiso ayudarlos más. Así que tuvieron que seguir remando con todas sus fuerzas, con todas sus fuerzas... Pero las olas fueron más fuertes que las fuerzas de los remeros y la nave se hundió. Ulises fue el único sobreviviente. Con el mástil de su hundida nave se construyó una especie de balsa, que las olas fueron llevando hasta una isla cercana: la isla de Calipso. Calipso era una ninfa del mar, una hermosa mujer que vivía rodeada de algas, peces de colores y estrellas de mar, y dotada de maravillosos poderes que la hacían superior al resto de las mujeres. Calipso podía ayudarlo, pero no lo hizo porque se enamoró de él y quiso retenerlo a su lado para siempre. Pero Ulises no pensaba más que en Penélope, su mujer, que fielmente lo esperaba y suspiraba por él. Una noche se escapó Ulises de la isla en una nave rudimentaria que se había fabricado a escondidas. Otra ninfa del mar, menos interesada que Calipso, le dio un cinturón flotador. Como la nave se hundió,
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