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1 Permítame el lector que me presente: me llamo Pedro Aronnax y soy profesor suplente del Museo de Historia Natural de París. Yo vivía una vida pacífica y tranquila dedicado a mis investigaciones, ayudado en mi vida doméstica por mi fiel compañero y criado Consejo, cuando una serie de rumores comenzaron a circular en la prensa: se hablaba de la existencia de un terrible monstruo submarino. Ni que decir tiene que no di ningún crédito a este rumor. Periódicamente, el vulgo inventa cosas como éstas: serpientes submarinas de dimensiones descomunales aparecidas en tal o cual lago; unicornios juguetones vistos en las campiñas inglesas. Águilas de enormes dimensiones, a semejanza de los monstruos antediluvianos, que proyecta una sombra trágica sobre las tranquilas ciudades, etc. Pero el día 7 de Junio de 1866, en el diario de la mañana, leí la siguiente información “n navío se ha encontrado en el mar con algo enorme, un objeto fusiforme, fosforescente y tan rápido como una ba llena”. También el 20 de Julio del mismo año, el buque “Gobernador - Higgison”, halló la movediza masa a cinco millas de la costa Este australiana. Y el “Cristóbal Colon” pudo comprobar que aquel cetáceo, objeto o lo que fuese, se desplazaba a una velocidad fantástica, pues dos días después se detectó su presencia en el Pacífico. Comenzaba a interesarme por el asunto cuando, debido a mi trabajo, tuve que trasladarme a Nebraska para realizar unas investigaciones. Y durante un mes, no supe nada más de aquellos extraños rumores. Sim embargo, a mi llegada a Nueva York, la cuestión del monstruo marino continuaba candente. El “Shannon” había divisado al monstruo y fijado su longitud en unos cien metros. El cinco de Marzo de 1867, el “Morivian chocó con algo no señalado, entre los escollo del paraje por el que navega. El buque quedo resquebrajado y sólo la calidad de su caso impidió que sus doscientos treinta y siete pasajeros no fueran engullidos por el mar“. Los rumores dejaban de ser una cosa festiva, alentada por la prensa sensacionalista, ara convertirse en un peligro público. La opinión se apasionó y cada siniestro marino, a partir de entonces, fue atribuído al fenomenal monstruo, haciendo que todos los países pidieran a sus gobiernos que los mares fuesen desembarazados, costase lo que costase, de aquel cetáceo fenomenal. Hacía pocos días que estaba en Nueva York cuando, debido a un libro que había publicado yo en Francia titulado “Misterios de las profundidades submarinas”, tuve el honor de ser consultad o por varias personas acerca del fenómeno marino. Así, pues, no tuve más remedio que publicar un
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